Todo al aire y
mutilado
Existe un
mutilado, no de un combate sino de un abrazo, no de la guerra sino de la paz.
Perdió el rostro en el amor y no en el odio. Lo perdió en el curso normal de la
vida y no en un accidente. Lo perdió en el orden de la naturaleza y no en el desorden de los
hombres. (“Existe un mutilado”, César Vallejo, Poemas en Prosa)
¿De qué hablamos
cuando hablamos de amor?
A lo largo de nuestras vidas recibimos de numerosas fuentes lo que se ha
dado por llamar entre otras cosas, una educación sentimental. Nos fuimos
enterando que en un inicio, padres, familia, y escuela elegían por nosotros, aunque
sin embargo y poco a poco, logramos ir delineando nuestras afinidades,
agregando algunas y desechando
otras. ¿Cómo negar el valor de canciones inolvidables, la marca de algún libro
o la huella de cierto pensador que supo interpelarnos? Y a pesar de ser cierto que
la vida de un artista no replica su obra, cuesta trabajo sustraerse de las in/des-informaciones
biográficas de aquellos que algún día nos han acompañado en la experiencia de
vida. Actualmente circulan en
diversos medios las vicisitudes amorosas del músico Andrés Calamaro, a quien, indudablemente
y más allá de los gustos propios o ajenos, le pertenece un indiscutible lugar
entre las figuras más prominentes del pop/rock argentino. Titulares de diarios
y revistas, programas de noticias y de chimentos hablan de este Andrés
enamorado, descontrolado, despechado, humillado. Su noviazgo y posterior
ruptura adquieren presencia virtual en las redes sociales y medios, exacerbados
claro está, por el mismo artista y una seguidilla de admiradores, repudiadores,
consumidores. Todo al aire, como corresponde en los tiempos que corren de
exposición cuasi compulsiva , Calamaro ruega, insulta, suplica, reclama, cela, discute
con la gente, defiende el honor de su dama, describe su amor con palabras o
canciones, recibe humillaciones públicas y privadas vía redes y medios diversos.
Andrés
ha decidido decirle a una mujer en público y sin pudor, “te extraño Miki, me
hacés falta, odio que estés con otro, dijiste un día que me amarías para toda
la vida, etc.”… Me confieso sorprendida por los ataques
y el asombro de la gente ante un hombre que declara y publica su pasión. Después
de todo, a diario nos enteramos de quién anda con quién, de qué mujer pertenece
a la categoría “gato” o no, de qué famosa durmió con cuál dictador, qué nueva
pareja se arma o desarma, por citar, entre tantos, algunos ejemplos no tan ejemplares.
Es cierto, dice Andrés, que a veces “hay
que darle la razón a los que tienen razón/
a los que aún no sabemos quienes
somos/
pero estamos adentro” , y también es verdad que nuestras costumbres
argentinas nos llevan a compartir sin pudor el afecto con los demás, o a
reclamar incluso, sólo por saber si existe algo, o alguien. Pero el grito de El
Salmón hoy suena a aullido, se moldea en una demanda y en un llamado al otro. Y me pregunto, usando las mismas palabras
del escritor Raymond Carver, ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor?
Pasa que algo no
pasa pero pasa igual
Dado que a todas luces a diario se me presenta el anhelo de conectarme
con la novela de la vida cotidiana escuchando la radio, leyendo los diarios o
mirando televisión, tiendo a creer que todo no es siempre lo mismo, sino que
suele haber acontecimientos, que siempre pasa algo. Un rockero afectado por mal de amores, abre un debate
diferente al suscitado por la elección de un Papa argentino, fundamentalmente
en relación a los discursos que habilita o establece sobre el amor y los lazos
sociales, sin ser por ello menos trascendente. Y puesto que hablamos de amor, la
pregunta que surge interroga si es posible que exista una respuesta
satisfactoria para la demanda, demanda de amor, porque de eso se trata lo que
Calamaro muestra.
El filósofo francés Alain Badiou afirma que el amor está amenazado en la sociedad contemporánea
dado que propone (¿impone?) la aceptación de la alteridad en forma completa,
produce sufrimientos y no puede decirse que genere ganancias ni que posea un
fin utilitario. Aquí radica la diferencia del amor con el interés sexual donde
se extraen del otro emblemas fetiches y parciales que atraen y provocan deseo. Badiou incluso llega a decir, que el amor debe consolidar su valor de ruptura y de locura puesto que postula
una relación con aquello que no soy yo y una generosidad obligatoria que cuestiona
el mito de que el hombre solo sí es posible y le otorga un valor social al lazo
amoroso. La construcción amorosa implica y desafía a una aceptación
conjunta de un sistema de riesgos y de invenciones. ¿Pero qué significa amar?
Claramente, el amor trasciende alguna de las definiciones que circulan: dar
todo sí, la creencia de que dos son uno, el mito de la media naranja, etc., aunque
no por esto sin embargo, se pueda dejar de reconocerle la eficacia a cada una
de estas visiones. Si el enamoramiento es un artificio que permite silenciar la falta de la
mujer a cambio de una idealización, es también, aquello que puede o no,
conducir al amor. En este
movimiento de encuentros y desencuentros, un hombre accede al amor de una mujer cuando puede tolerar
el No-todo, cuando pasa de la lógica del Todo al No Todo, permitiendo que una
mujer sea Otra. Es decir, que pueda exaltarla, idealizarla y tolerar lo femenino que desafía el todo
fálico. Sería complejo en este texto hablar de la también necesaria degradación
de la mujer para poder desearla sexualmente, por ahora la cuestión apunta al
amor y no al sexo. Lacan entiende que amar es reconocer la falta y darla al otro, ubicarla
en el otro. Es romper con la completud de la célula del amor autoerótico,
aunque también pertenezca a la vertiente del narcisismo, en tanto que lo
que se ama es la imagen de sí que devuelve del partenaire. Sin embargo, se hace necesario distinguir
al amor como pasión, es decir, la fascinación con la imagen, del don de amor, transmitido
por la palabra. La frase de Lacan “dar
lo que no se tiene”, no hace mas que referir a donar la falta. En la confluencia del amor y el deseo
para la mujer, el falo es el significante del objeto de amor que ella da sin
poseer y a la vez el significante del deseo que encuentra en el hombre. Aquel que ama pasa a depender de una
alteridad que lo deja en falta, deseando.
En el hombre, amar produce una “feminización”, y por ende suele resultar
cómico o sorprendente ver a uno que ama quien aparece así, como Andrés,
ridiculizado en su posición de reclamo. Cito a Jacques Alain Miller quien dice que, “incluso un
hombre enamorado tiene retornos de orgullo, lo asalta la agresividad contra el
objeto de su amor, porque este amor lo pone en una posición de incompletud, de
dependencia. Por ello puede desear a mujeres que no ama, para reencontrar la
posición viril que él pone en suspenso cuando ama”. Si bien es cierto que los
modelos culturales de la feminidad y de la virilidad han mutado, la mujer sigue
amando esperando ser amada, ser deseada y un hombre transita por caminos diferentes.
El amor de un hombre hacia
una mujer busca el perfil, la silueta, el aspecto físico, pero supera la
idolatría de la imagen. Interviene el azar, la contingencia, el encuentro, el
acontecimiento, la creencia para ese hombre de que el encuentro amoroso es
posible, el amor como demostración que desafía lo imposible. Lacan expresa
que la mujer, "es por lo que no es por lo que
pretende ser deseada al mismo tiempo que amada", la mujer es No Toda. Digamos que una mujer puede modelar la
falta, es decir, detentar sus atributos fálicos que la colocan en el punto de
insatisfacción y a la vez buscar a través de la demanda su satisfacción y el
placer, no ya el goce. Está No Toda en el semblante fálico, pero tampoco fuera
de él.
Pero en el amor, el azar opera a modo de
milagro, de encuentro y otras tantas, de desencuentro. Si en el uso de los
semblantes de la masculinidad, el azar conecta a un hombre que no puede
sostener su relación con la falta, la mujer sólo cumplirá un fin sexual, será evitada,
degradada o temida o el lugar que ocupará como objeto amado puede transformarse
en un estrago en la relación, allí donde no hay lugar para la disparidad, se le
pide sometimiento, sumisión al deseo propio y el partenaire funciona como
objeto del goce. Entonces la idea contemporánea del desechar lo que no sirve y
conservar lo que atrae motiva a que cada uno de los sujetos cree su propio
estilo de relacionarse con el sexo opuesto, participando en la fluidez del
acontecimiento amoroso, encontrando formas de gozar propias para evitar el sufrimiento y la
insatisfacción del amor.
Para ambos
sexos, entonces ¿qué es aquello que falta sino el objeto de satisfacción que
clama la demanda? Si la demanda se articula en el deseo de completad, de
totalidad, de Todo, es porque queda un resto que cae cuando se satisface la
necesidad. La necesidad que a todas luces responde a lo instintivo: el hambre,
el sueño, pero que se separa de la pulsión que no tiene objeto, que
desnaturaliza la idea del instinto, que no logra satisfacerse en un objeto de
amor y sin embargo puja al deseo a luchar para intentarlo.¿Qué otro fin podría
tener el chupeteo del bebé más allá de generar un placer autoerótico por
ejemplo? ¿Por qué el deseo de un anoréxico niega la autoconservación y llega al
extremo de la muerte? El Otro pasa
a ser índice de nuestro deseo, poniéndole nombres y ofreciendo respuestas a las
necesidades, convertidas a lo largo de nuestra existencia, en pedidos,
demandas, llamados que haremos al Otro. ¿ A qué responde el otro primordial cuando
el bebé llora? ¿Al hambre, al frío, al dolor? Es un misterio para ambas partes:
¿qué quiere el otro?. El grito que
surge se transforma en palabras que siempre, son un llamado. Calamaro hace una
exaltación de su objeto de amor,
por sus belleza física, por su “nobleza”, es decir, coloca a la dama en
cuestión en una posición fálica, colocándose a sí mismo en una posición
femenina que está en las antípodas de un Don Juan Macho. Lacan en el Seminario 3 encuentra la
analogía del falo con el arco iris y el semblante. Nunca nadie creyó de que en
verdad existiera el arco iris, sin embargo lo vemos y opera en nosotros de
cierta forma. Se puede ser o
poseer el semblante, y es así que los encuentros y desencuentros de la vida
amorosa están orientados por los juegos del semblante fálico. Miller aclara que
no basta ser, sino parecer en una relación amorosa, se verá cuáles semblantes
se presentan al otro y qué efectos producen en el partenaire, aunque se intuya
que se está viviendo un sueño, un sueño despierto devenido vida. El amor es la
ilusión que obtura la falta propia, cediéndosela al otro.
La politóloga belga Chantal Mouffe, pregunta ¿en qué
momento la destrucción del otro (el prójimo) deja de estar ligado al registro
imaginario del amor/odio para pasar al encuentro? Si las relaciones con la
alteridad son fundamentalmente antagónicas, afirma, dejando como resultado el
binomio yo-no yo, amigo o enemigo,
es necesario recomponer el lazo en un vínculo que reconozca la diferencia sin
que el otro sea un enemigo irreductible. Mouffe incursiona sobre el concepto de “agonismo”
para definir este modo de relación con el otro. Agonismo resuena a agonía sin dudas, a estar
en falta, a fracturarse, a sufrir también y a partir de allí, generar un lazo
social, lazo del que el amor, no es ajeno, sino más bien fundante.
Intuyo que por ahí pasa el asombro, el ataque, la humillación y hasta
la burla al músico. ¡Vaya espejo el de un hombre mostrado en su máxima
vulnerabilidad! Es un profundo contraste con la forma como el amor tiende a
manifestarse hoy en día, amor anestesiado, lejos del amor loco o incluso del amor
divino… Pero sospecho que es así mayoritariamente en el ámbito de lo público. Esta
excepcionalidad a mi criterio, constituye todo un acontecimiento, aunque estoy
segura que en secreto, privadamente, existen muchos más Calamaros de los
que viene a bien hablar.