jueves, 25 de abril de 2013

Todo al aire y mutilado


Todo al aire y mutilado
Existe un mutilado, no de un combate sino de un abrazo, no de la guerra sino de la paz. Perdió el rostro en el amor y no en el odio. Lo perdió en el curso normal de la vida y no en un accidente. Lo perdió en el orden de la naturaleza y no en el desorden de los hombres. (“Existe un mutilado”, César Vallejo,  Poemas en Prosa)

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

A lo largo de nuestras vidas recibimos de numerosas fuentes lo que se ha dado por llamar entre otras cosas, una educación sentimental. Nos fuimos enterando que en un inicio, padres, familia, y escuela elegían por nosotros, aunque sin embargo y poco a poco, logramos ir delineando nuestras afinidades, agregando algunas y  desechando otras. ¿Cómo negar el valor de canciones inolvidables, la marca de algún libro o la huella de cierto pensador que supo interpelarnos? Y a pesar de ser cierto que la vida de un artista no replica su obra, cuesta trabajo sustraerse de las in/des-informaciones biográficas de aquellos que algún día nos han acompañado en la experiencia de vida.  Actualmente circulan en diversos medios las vicisitudes amorosas del músico Andrés Calamaro, a quien, indudablemente y más allá de los gustos propios o ajenos, le pertenece un indiscutible lugar entre las figuras más prominentes del pop/rock argentino. Titulares de diarios y revistas, programas de noticias y de chimentos hablan de este Andrés enamorado, descontrolado, despechado, humillado. Su noviazgo y posterior ruptura adquieren presencia virtual en las redes sociales y medios, exacerbados claro está, por el mismo artista y una seguidilla de admiradores, repudiadores, consumidores. Todo al aire, como corresponde en los tiempos que corren de exposición cuasi compulsiva , Calamaro ruega, insulta, suplica, reclama, cela, discute con la gente, defiende el honor de su dama, describe su amor con palabras o canciones, recibe humillaciones públicas y privadas vía redes y medios diversos. Andrés ha decidido decirle a una mujer en público y sin pudor, “te extraño Miki, me hacés falta, odio que estés con otro, dijiste un día que me amarías para toda la vida, etc.”…   Me confieso sorprendida por los ataques y el asombro de la gente ante un hombre que declara y publica su pasión. Después de todo, a diario nos enteramos de quién anda con quién, de qué mujer pertenece a la categoría “gato” o no, de qué famosa durmió con cuál dictador, qué nueva pareja se arma o desarma, por citar, entre tantos, algunos ejemplos no tan ejemplares.
Es cierto, dice Andrés, que a veces “hay que darle la razón a los que tienen razón/
a los que aún no sabemos quienes somos/
pero estamos adentro” , y también es verdad que nuestras costumbres argentinas nos llevan a compartir sin pudor el afecto con los demás, o a reclamar incluso, sólo por saber si existe algo, o alguien. Pero el grito de El Salmón hoy suena a aullido, se moldea en una demanda y en un llamado al otro.  Y me pregunto, usando las mismas palabras del escritor Raymond Carver, ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor?
Pasa que algo no pasa pero pasa igual
Dado que a todas luces a diario se me presenta el anhelo de conectarme con la novela de la vida cotidiana escuchando la radio, leyendo los diarios o mirando televisión, tiendo a creer que todo no es siempre lo mismo, sino que suele haber acontecimientos, que siempre pasa algo.  Un rockero afectado por mal de amores, abre un debate diferente al suscitado por la elección de un Papa argentino, fundamentalmente en relación a los discursos que habilita o establece sobre el amor y los lazos sociales, sin ser por ello menos trascendente. Y puesto que hablamos de amor, la pregunta que surge interroga si es posible que exista una respuesta satisfactoria para la demanda, demanda de amor, porque de eso se trata lo que Calamaro muestra.
 El filósofo francés  Alain Badiou afirma que el amor está amenazado en la sociedad contemporánea dado que propone (¿impone?) la aceptación de la alteridad en forma completa, produce sufrimientos y no puede decirse que genere ganancias ni que posea un fin utilitario. Aquí radica la diferencia del amor con el interés sexual donde se extraen del otro emblemas fetiches y parciales que atraen y provocan deseo. Badiou incluso llega a decir, que el amor debe consolidar su valor de ruptura y de locura puesto que postula una relación con aquello que no soy yo y una generosidad obligatoria que cuestiona el mito de que el hombre solo sí es posible y le otorga un valor social al lazo amoroso. La construcción amorosa implica y desafía a una aceptación conjunta de un sistema de riesgos y de invenciones. ¿Pero qué significa amar? Claramente, el amor trasciende alguna de las definiciones que circulan: dar todo sí, la creencia de que dos son uno, el mito de la media naranja, etc., aunque no por esto sin embargo, se pueda dejar de reconocerle la eficacia a cada una de estas visiones. Si el enamoramiento es un artificio que permite silenciar la falta de la mujer a cambio de una idealización, es también, aquello que puede o no, conducir al amor.  En este movimiento de encuentros y desencuentros, un hombre accede al  amor de una mujer cuando puede tolerar el No-todo, cuando pasa de la lógica del Todo al No Todo, permitiendo que una mujer sea Otra. Es decir, que pueda exaltarla, idealizarla  y tolerar lo femenino que desafía el todo fálico. Sería complejo en este texto hablar de la también necesaria degradación de la mujer para poder desearla sexualmente, por ahora la cuestión apunta al amor y no al sexo. Lacan entiende que amar es reconocer la falta y darla al otro, ubicarla en el otro. Es romper con la completud de la célula del amor autoerótico, aunque también pertenezca a la vertiente del narcisismo, en tanto que lo que se ama es la imagen de sí que devuelve del partenaire.  Sin embargo, se hace necesario distinguir al amor como pasión, es decir, la fascinación con la imagen, del don de amor, transmitido por la palabra.  La frase de Lacan “dar lo que no se tiene”, no hace mas que referir a donar la falta.  En la confluencia del amor y el deseo para la mujer, el falo es el significante del objeto de amor que ella da sin poseer y a la vez el significante del deseo que encuentra en el hombre.  Aquel que ama pasa a depender de una alteridad que lo deja en falta, deseando.
En el hombre, amar produce una “feminización”, y por ende suele resultar cómico o sorprendente ver a uno que ama quien aparece así, como Andrés, ridiculizado en su posición de reclamo. Cito a Jacques Alain Miller quien dice que, “incluso un hombre enamorado tiene retornos de orgullo, lo asalta la agresividad contra el objeto de su amor, porque este amor lo pone en una posición de incompletud, de dependencia. Por ello puede desear a mujeres que no ama, para reencontrar la posición viril que él pone en suspenso cuando ama”. Si bien es cierto que los modelos culturales de la feminidad y de la virilidad han mutado, la mujer sigue amando esperando ser amada, ser deseada y un hombre transita por caminos diferentes. El amor de un hombre hacia una mujer busca el perfil, la silueta, el aspecto físico, pero supera la idolatría de la imagen. Interviene el azar, la contingencia, el encuentro, el acontecimiento, la creencia para ese hombre de que el encuentro amoroso es posible, el amor como demostración que desafía lo imposible. Lacan expresa que la mujer,  "es por lo que no es por lo que pretende ser deseada al mismo tiempo que amada", la mujer es No Toda.  Digamos que una mujer puede modelar la falta, es decir, detentar sus atributos fálicos que la colocan en el punto de insatisfacción y a la vez buscar a través de la demanda su satisfacción y el placer, no ya el goce. Está No Toda en el semblante fálico, pero tampoco fuera de él.
 Pero en el amor, el azar opera a modo de milagro, de encuentro y otras tantas, de desencuentro. Si en el uso de los semblantes de la masculinidad, el azar conecta a un hombre que no puede sostener su relación con la falta, la mujer sólo cumplirá un fin sexual, será evitada, degradada o temida o el lugar que ocupará como objeto amado puede transformarse en un estrago en la relación, allí donde no hay lugar para la disparidad, se le pide sometimiento, sumisión al deseo propio y el partenaire funciona como objeto del goce. Entonces la idea contemporánea del desechar lo que no sirve y conservar lo que atrae motiva a que cada uno de los sujetos cree su propio estilo de relacionarse con el sexo opuesto, participando en la fluidez del acontecimiento amoroso, encontrando formas de gozar propias para  evitar el sufrimiento y la insatisfacción del amor.
Para ambos sexos, entonces ¿qué es aquello que falta sino el objeto de satisfacción que clama la demanda? Si la demanda se articula en el deseo de completad, de totalidad, de Todo, es porque queda un resto que cae cuando se satisface la necesidad. La necesidad que a todas luces responde a lo instintivo: el hambre, el sueño, pero que se separa de la pulsión que no tiene objeto, que desnaturaliza la idea del instinto, que no logra satisfacerse en un objeto de amor y sin embargo puja al deseo a luchar para intentarlo.¿Qué otro fin podría tener el chupeteo del bebé más allá de generar un placer autoerótico por ejemplo? ¿Por qué el deseo de un anoréxico niega la autoconservación y llega al extremo de la muerte?  El Otro pasa a ser índice de nuestro deseo, poniéndole nombres y ofreciendo respuestas a las necesidades, convertidas a lo largo de nuestra existencia, en pedidos, demandas, llamados que haremos al Otro. ¿ A qué responde el otro primordial cuando el bebé llora? ¿Al hambre, al frío, al dolor? Es un misterio para ambas partes: ¿qué quiere el otro?.  El grito que surge se transforma en palabras que siempre, son un llamado. Calamaro hace una exaltación de su objeto de amor,  por sus belleza física, por su “nobleza”, es decir, coloca a la dama en cuestión en una posición fálica, colocándose a sí mismo en una posición femenina que está en las antípodas de un Don Juan Macho.  Lacan en el Seminario 3 encuentra la analogía del falo con el arco iris y el semblante. Nunca nadie creyó de que en verdad existiera el arco iris, sin embargo lo vemos y opera en nosotros de cierta forma.  Se puede ser o poseer el semblante, y es así que los encuentros y desencuentros de la vida amorosa están orientados por los juegos del semblante fálico. Miller aclara que no basta ser, sino parecer en una relación amorosa, se verá cuáles semblantes se presentan al otro y qué efectos producen en el partenaire, aunque se intuya que se está viviendo un sueño, un sueño despierto devenido vida. El amor es la ilusión que obtura la falta propia, cediéndosela al otro.
La politóloga belga Chantal Mouffe, pregunta ¿en qué momento la destrucción del otro (el prójimo) deja de estar ligado al registro imaginario del amor/odio para pasar al encuentro? Si las relaciones con la alteridad son fundamentalmente antagónicas, afirma, dejando como resultado el binomio yo-no yo,  amigo o enemigo, es necesario recomponer el lazo en un vínculo que reconozca la diferencia sin que el otro sea un enemigo irreductible. Mouffe incursiona sobre el concepto de  “agonismo” para definir este modo de relación con el otro. Agonismo resuena a agonía sin dudas, a estar en falta, a fracturarse, a sufrir también y a partir de allí, generar un lazo social, lazo del que el amor, no es ajeno, sino más bien fundante.
Intuyo que por ahí pasa el asombro, el ataque, la humillación y hasta la burla al músico. ¡Vaya espejo el de un hombre mostrado en su máxima vulnerabilidad! Es un profundo contraste con la forma como el amor tiende a manifestarse hoy en día, amor anestesiado, lejos del amor loco o incluso del amor divino… Pero sospecho que es así mayoritariamente en el ámbito de lo público. Esta excepcionalidad a mi criterio, constituye todo un acontecimiento, aunque estoy segura que en secreto, privadamente, existen muchos más Calamaros de los que viene a bien hablar.