lunes, 23 de junio de 2025





The Rudeness Behind a Noble Mask: When "Empowerment," "Activism," and "Authenticity" Become Excuses for Contempt



We live in an era where certain forms of verbal aggression dress in the robes of virtue. Rudeness, direct insults, or subtle humiliation find refuge in seemingly impeccable concepts: empowerment (delivering "hard truths" to "strengthen"), activism (attacking the "oppressor" or the "ignorant"), and radical sincerity ("being unfiltered and authentic"). This mask not only disguises linguistic violence but amplifies and socially justifies it.


Corrupted Parrhesia: The Modern Cynic’s Discourse


Foucault analyzed parrhesia: the courage to speak truth for the greater good, even at personal risk—an ethical act aimed at improving others or the community. Masked rudeness perverts this: it appropriates the rhetoric of "necessary truth" while stripping away its ethical and caring dimension. This "courage" aims not to dialogue or listen, but to wound. Such discursive bravado resembles cynicism pushed to its most destructive extreme, yet devoid of its original purpose to challenge fundamental hypocrisies. Modern "cynical reason" acknowledges certain discourses as cruel or reductive yet deploys them anyway, justified by supposed moral superiority or pragmatism. Disguised rudeness operates similarly: we recognize it as crude but excuse it for serving "our cause" or expressing "raw authenticity." It’s cynicism stripped of critical purpose—reduced to pure aggression or self-affirmation at others’ expense.


The Economy of Contempt Serving Symbolic Capital


Pierre Bourdieu revealed language as a battlefield for symbolic capital (prestige, authority, recognition). Masked rudeness is a potent tactic in this perverse economy. By attacking others under banners like empowerment or activism, aggressors accumulate symbolic capital within their reference group. They position themselves as the "brave truth-teller," the "uncompromising warrior" against "enemies," or the "authentic" free of hypocrisy. On social media, this amplifies: "righteous" insults garner likes, followers, and tribal belonging. The mask of nobility (activism, sincerity) sanitizes the attack, allowing aggressors to avoid the stigma of gratuitous insults—even winning applause from their own ranks.


Aggressive Drive Masked as Virtue


"Justified" rudeness can channel a particular form of enjoyment: a libidinal satisfaction derived from aggressive discharge, humiliating others, exercising symbolic power, and violating norms of civility. The empowerment/activism mask grants access to this transgressive enjoyment without conscious guilt, framing it within socially valued discourse. It embodies the humiliation in many forms of the other: deriving pleasure from the pain, anger, or discomfort inflicted on others.

"Always speak your mind, no matter who it hurts—that’s empowerment."

"If you’re not brutally critical, you’re not a real activist."

These imperatives demand repetition. The subject becomes trapped in a cycle of verbal aggression, justified by a distorted personal law insisting this is necessary to "be authentic," "effective," or to channel the aggressive impulses of their identity group.


The Cost of the Noble-Virtue Mask


Recognizing disguised rudeness isn’t condemning genuine empowerment, necessary activism, or valuable sincerity. It’s distinguishing content from tone and intent. True empowerment builds rather than destroys. Effective activism persuades and transforms structures rather than merely humiliating opponents. Authentic sincerity can be firm while considering its impact and seeking common ground.

Beneath this mask of virtuous rudeness:

Dialogue erodes; every debate becomes war.

Others are symbolically annihilated.

Noble causes are trivialized by gratuitous aggression, alienating potential allies.

Social bonds are poisoned.

Verbal cruelty and contempt are normalized, yet the illusion persists that "no one saves themselves alone" (a phrase revived by the recent success of El Eternauta [Argentinian serie playing on Netflix). The question becomes: Who belongs, and who doesn’t? Rudeness diligently determines boundaries—not just against ideological opponents but within one’s own ranks.


Unmasking Requires Ethical Vigilance


Exposing this disguised rudeness demands constant ethical questioning:

Is our "empowerment" truly constructive, or merely destructive?

Does our "activism" seek justice, or symbolic vengeance?

Is our "sincerity" authenticity, or a license for aggressive enjoyment?


The challenge transcends mere condemnation of rudeness. It demands the courage to exit this reactive cycle—to transcend tribal echo chambers and reclaim discourse grounded in true solidarity.

La Grosería como


Máscara Noble: Cuando el "Empoderamiento", el "Activismo" y la "Sinceridad" son excusas para el desprecio


Vivimos en una época donde ciertas formas de agresividad verbal se visten con las galas de la virtud. La grosería, el insulto directo o la humillación sutil, encuentran refugio en conceptos aparentemente intachables: el **empoderamiento** (decir "verdades duras" para "fortalecer"), el activismo (atacar al "opresor" o al "ignorante") y la **sinceridad radical** ("ser auténtico, sin filtros"). Esta máscara no solo disfraza la violencia del lenguaje, sino que la potencia y la justifica socialmente.


La Parresía , el Discurso Valiente Corrompido y el Cínico Moderno


 Foucault analizó la “parresía”: el coraje de decir la verdad, incluso con riesgo, por un bien mayor. Era considerada un acto ético, dirigido a la mejora del otro o de la comunidad. Sin embargo, la grosería enmascarada distorsiona esto: se apropia de la retórica de la "verdad necesaria" pero despojada de su dimensión ética y cuidadosa. El coraje no es para dialogar, escuchar sino para herir. Vista así, esta valentía discursiva es más cercana al cinismo  llevado a su extremo más destructivo, pero sin su propósito de cuestionar hipocresías fundamentales.En la "razón cínica" moderna sabemos que ciertos discursos son crueles o simplistas, pero los usamos de todos modos, siempre justificados por una supuesta superioridad moral o el pragmatismo. La grosería disfrazada opera así: sabemos que es grosería, pero la excusamos porque sirve a "nuestra causa" o expresa "nuestra autenticidad sin tapujos". Es un cinismo que ha perdido su filo crítico para convertirse en puro instrumento de agresión o autoafirmación a costa del otro.


La Economía del Desprecio al servicio del Capital Simbólico: 


Pierre Bourdieu enseñó que el lenguaje es un campo de batalla por el capital simbólico (prestigio, autoridad, reconocimiento). La grosería enmascarada es una estrategia eficaz en esta economía perversa. Al atacar al otro bajo la bandera del empoderamiento o el activismo, el agresor acumula capital simbólico dentro de su grupo de referencia. Se posiciona como el "valiente" que dice lo que otros callan, el "comprometido" que no se anda con miramientos con los "enemigos", el "auténtico" libre de hipocresías. En las redes sociales, este fenómeno se amplifica: el insulto "justiciero" genera likes, seguidores y una sensación de pertenencia tribal o del grupo de pertenencia. La grosería disfrazada cumple esta función: reduce al otro a un estereotipo eliminando su complejidad humana y facilitando el ataque. Por supuesto que está ampliamente avalado por la máscara de nobleza (activismo, sinceridad) que permite hacerlo sin el estigma social completo que conllevaría un insulto gratuito, recibiendo incluso,  aplausos de los propios. 


Pulsión agresiva que se esconde detrás de la aparente virtud 


La grosería "justificada" puede ser una vía para un particular modo de gozar donde lo que está en juego es una satisfacción pulsional en la descarga agresiva, en humillar al otro, en ejercer un poder simbólico sobre él, en romper las reglas de la cortesía. La máscara del empoderamiento o el activismo permite acceder a este goce transgresor *sin culpa consciente*, porque se enmarca en un discurso socialmente valorado o necesario. Es una forma de **goce del Otro**: obtener satisfacción a través de la reacción (dolor, ira, incomodidad) que se provoca en el otro.

Decir siempre lo que piensas, sin importar a quién se incomode o lastime, eso sería empoderarse. Si no eres brutalmente crítico, no eres un activista de verdad. Este mandato requiere repetición. El sujeto queda atrapado en un ciclo de agresión verbal justificada por una ley propia distorsionada que le dice que “debe” ser así para ser "él mismo" o "eficaz" o incluso vehicular las pulsaciones agresivas del resto con el cual se identifica. 


 El Costo a pagar por  la Máscara de la Noble Virtud 

Reconocer la grosería enmascarada no es condenar el empoderamiento genuino, el activismo necesario o la sinceridad valiosa. Es distinguir el contenido del tono y la intención. El empoderamiento busca construir no destruir. El activismo eficaz busca persuadir y cambiar estructuras, no solo humillar oponentes. La sinceridad auténtica puede ser firme, pero considera el impacto en el otro y busca un terreno común.


Bajo esta máscara de persona virtuosa grosera empedrada se erosiona el diálogo, cualquier discusión es guerra, se aniquila simbólicamente al otro, y sobre todo, se BANALIZA cualquier causa noble con agresividad gratuita, alienando a potenciales aliados y ni hablar de cómo envenena el vínculo social. SE normalizan el desprecio y la crueidad verbal pero eso sií, se sigue creyendo que nadie se salva solo, la frase que ha reflotado en estas semanas después del excito de la serie el Eternauta. La pregunta sería quiénes pertenecen y quiénes no, y la grosería se ocupa diligentemente, de marcar la cancha no solo a los de pensamiento ideológico opuesto, sino a los propios. 


Desenmascarar esta grosería disfrazada exige vigilancia ética: preguntarnos si nuestro "empoderamiento" es realmente construir o solo derribar; si nuestro "activismo" busca justicia o solo venganza simbólica; si nuestra "sinceridad" es autenticidad o un permiso para el goce agresivo. La exigencia va mucho más allá de apelar a la grosería o descalificación porque requiere coraje salir de ese modo reactivo de moverse entre pares. 


viernes, 18 de diciembre de 2015

Witch Hunt

Más allá de la actual coyuntura política, la tapa de Noticias da cuenta de un antiguo cuasi primitivo diría, desprecio por lo femenino como así también la necesidad de suprimir, quemar, borrar, matar, odiar, erradicar a las mujeres. No es en vano que la imagen de la portada refleje la caza de brujas del medioevo donde en plena Edad Media y más aún, durante la Ilustración, aparecía sin velos la demonización de la mujer. Se la tildaba de loca, de hereje, de lujuriosa, etc. Hoy por hoy, es triste y grave que acontezca,  además de reflejar los más arraigados prejuicios y daños que produce el falocentrismo en nuestra sociedad que bastante unánimemente se ha convocado alrededor de la consigna ‪#‎niunamenos como reacción a los abusos del machismo imperante. 

Sin embargo, en la portada de Noticias, vemos a estos hombres haciendo un pacto secreto que linda en lo diabólico contra una mujer representada por Cristina Kirchner, ardiendo en llamas.  ¡Cuántos odios despertó esta mujer! Pero así también ha sido en la historia y sigue siéndolo: de la mano de una mujer suelen venir los cuestionamientos al poder, sea desde la histórica histeria, desde las luchas, desde el mismo exceso y el desborde femenino, etc. ¿O acaso en su momento las Madres no eran las "locas de la Plaza"? 

Sin velo alguno, la tapa de la Revista Noticias expresa esto y mucho más. No es necesario decir creo lo que ya todos conocemos y sabemos de los hilos del poder en Argentina, de la irritación que produjo la figura de esta mujer, de cómo, sí, de cómo estos hombres y representantes de otros grupos de poder se han reunido y se siguen reuniendo para suprimirla. Lo que falta agregar es que al demonizarla no hacen más que encumbrarla también, de otorgarle el estatus mítico de heroína, de darle la fuerza del mito. Ya conocemos eso los argentinos, lo vivimos con Evita. Ni profanando su cadáver se logró erradicar el mito. Parece que estamos tocando puntos parecidos, salvando las distancias inmensas, la época distinta, etc. Lo común que poseen es que las dos son mujeres y las dos concentran odios y amores de igual intensidad. La historia se está escribiendo, no sabemos aún cómo finaliza este capítulo. Lo que sí sabemos es que a esta mujer la perseguirán hasta neutralizarla o destruirla si es posible. Ojalá estemos -no solo algunos de los que nunca llegamos a odiarla junto a aquellos que recuerden alguna lección de historia universal, Caza de Brujas del Medioveo,  atropellos durante el predomino de la Razón en la Ilustración, nuestro propio pasado histórico...-,  ojalá decía, estemos a la altura para evitar repetir tan trágicos errores.  Podría decirse que más que una expresión de deseos, hoy por hoy es una imperiosa necesidad argentina entender qué se está jugando en nuestra historia.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Cuatro torres quieren matar a mi madre

Cuatro torres quieren matar a mi madre
Mami repite una y otra vez,  “el cuerpo del delito” . A la tercera vez la interrumpo y le pregunto a qué se refiere. Me dice, “es el calefón, ese es el cuerpo del delito”. Hoy me llamó para contarme que la quieren matar. Son cuatro las torres y quieren matar a mi madre. El asunto es serio así que no se por qué adquirió para mi tonos de tragicomedia. Me van a linchar, me cuenta. Y ahí nomás se explaya en los golpes a su puerta, los vecinos que no la saludan, las amenazas que le dejan por debajo de la puerta en forma de dibujos de tumbas y cruces. La escucho, sí, la escucho. Son cuatro torres, son muchas familias, sin gas, nada de gas, nada, por nueve meses, más o menos dice.  Y sucedió así: el calefón del vecino tenía “como explosiones”, muchas, seguidas. Y ese calefón está pegado a su pared, ella lo oía tanto hasta que un día no aguantó más. La preocupación se hizo miedo. El miedo obsesión y de allí al pánico, sólo bastó una última mañana de ansiedad y aburrimiento.  Se imaginó que todos volaban por el aire. Así como la tragedia de Rosario me recuerda, “¿viste lo que siempre pasan por las noticias, de los edificios que vuelan por los aires?”, pregunta.  Yo no vi, pero sí me acuerdo lo de Rosario, la tragedia por el escape de gas que mató a tantos y que sacudió al país.  Entonces ella llamó a Metrogas, que en una muestra de extrema precaución, cortó el gas ni bien ella colgó el teléfono. Así fue que en las cuatro torres de mi madre, dejó de haber gas. Es decir, nadie podrá cocinar, bañarse o apaciguar el frío del invierno con gas. Poco a poco le fue creciendo el miedo, no el miedo originario a explotar, sino el que le vino después cuando todo fue empeorando seguido de su llamada a Metrograss. No habló con el vecino previamente a la denuncia porque “no paga las expensas” y ahora ese desgraciado tiene un termotanque, nadie tiene termotanque porque es carísimo, está el tipo mejor que todos”, agrega mi madre.  Y no dice “el tipo está mejor que todos” sino “está el tipo mejor que todos”, mi madre es diferente al hablar. Sí. A veces sólo habla en diminutivos: “estoy con un saquito por el frío en este departamentito chiquito”. Otras, cuando atiende el teléfono por ejemplo, no saluda como suele hacerse, sino que pasa a contar lo que venía haciendo: “estoy poniendo la comida en el horno porque tengo que cocinar ya” y ese es su no-saludo.  En lo que respecta a las cuatro torres, es así que en  ellas nadie puede bañarse, ella tampoco, me cuenta, apenas si logra una ducha rápida con un calentador de agua eléctrico que pudo comprar pero no puede lavarse la cabeza porque se acaba el agua caliente enseguida.  Le vino un resfrío horrible porque el agua no calienta bien. Después y debido a las amenazas y al susto que le dio, comenzó a marearse, tan así que no sale ni viaja a buscar plata donde la dejó, en Suecia y es que además, día a día Metrogas rompe algo a las cuatro torres para arreglar el desarreglo. Por momentos se le ocurre decir, “uy, qué desastre para los demás”, que es cuando logro decir un tímido “y sí ”, pero no, ese sí le molesta mucho y se pone a decir sin pausa, “es que prefieren volar por los aires”. Se me ocurre pensar mientras la escucho,  “en Buenos Aires nos gusta volar por los aires”. Es cuasi poético como voy imaginando mi ciudad, ahora que la elegí también para el retorno, volar por los aires como vuelan las mujeres de Chagall.
Mi madre quiere irse del país, otra vez. Ya se fue muchas veces y otras tantas regresó. ¡En Estocolmo todo funciona tan bien! Pero hay tanto lío en las cuatro torres que no puede partir, no puede ni siquiera huir una vez más. Es que hay miedos y cosas horribles que pueden pasar porque todo está mal acá, la gente no se da cuenta, me dice, no piensa. Entonces veo el círculo que nunca se abre, gira, gira, gira, es imparable, estamos colgados de él y vamos dando vueltas sin poder salir, repitiendo, rodando, buscando el movimiento que no avanza, sólo se mueve alrededor del miedo que lo hace todo pequeño o tremendamente enorme y así, así de grande e imposible.

Moira Nardi

Derechos Reservados

miércoles, 5 de agosto de 2015

No importa (relato breve)

No importa


Tengo ocho años hoy. Justo hoy. Pero la abuela de Kelito murió y me voy a su entierro con todos los chicos del barrio. Al llegar, todos miramos al muerto. A la muerta. Es mi primer muerto. La abuela está allí quietita, le miro la cara hinchada y no puedo acordarme de ella viva. Toda ella es muerta siempre, nunca viva.  Me quedo hipnotizada. Lo se porque los chicos salen disparados, son varios,  asustados, hacia la calle, recorriendo el interminable pasillo de la casa de Kelito,pero yo no. Me quedo y escucho llorar a algunos. Es horrible todo. Triste, muy pobre, y no puedo irme, estoy pegada, pertenezco allí. Y también tengo un año más, o uno menos, no importa, pero es ahí, todo ahí, en lo de Kelito, el pibe del barrio. Y no es mi cumple, es otro cumple, debe ser el de Kelito, que ya no se si tiene abuela o ya se ha muerto, no importa,  pero sí el festejo. Todos comemos sándwiches de miga y bebemos Fanta, corremos por el pasillo y pinchamos los globos. Se sortea una chocotorta que gano y estoy tan pero tan feliz. Nunca gané nada. Nunca. La voy a buscar, aferrándome a mi objeto deseado, pero “no” me dicen, que no. Y me cantan y me gritan y me miran con un millón de ojos, con un sinfín de voces,  "el que come y no convida tiene un sapo en la barriga”. Tengo nueve años, o siete, no importa. Nada importa, pero sí mi torta. La agarro con mis manos, con mis brazos, con todo el cuerpo casi, y me la llevo corriendo desoyendo los gritos de egoísta a mi casa. Ya está a salvo del mundo en la heladera, en el estante de abajo, escondida lo más que puedo para que me dure para siempre, podrida o no, no importa.