La Grosería como
Máscara Noble: Cuando el "Empoderamiento", el "Activismo" y la "Sinceridad" son excusas para el desprecio
Vivimos en una época donde ciertas formas de agresividad verbal se visten con las galas de la virtud. La grosería, el insulto directo o la humillación sutil, encuentran refugio en conceptos aparentemente intachables: el **empoderamiento** (decir "verdades duras" para "fortalecer"), el activismo (atacar al "opresor" o al "ignorante") y la **sinceridad radical** ("ser auténtico, sin filtros"). Esta máscara no solo disfraza la violencia del lenguaje, sino que la potencia y la justifica socialmente.
La Parresía , el Discurso Valiente Corrompido y el Cínico Moderno
Foucault analizó la “parresía”: el coraje de decir la verdad, incluso con riesgo, por un bien mayor. Era considerada un acto ético, dirigido a la mejora del otro o de la comunidad. Sin embargo, la grosería enmascarada distorsiona esto: se apropia de la retórica de la "verdad necesaria" pero despojada de su dimensión ética y cuidadosa. El coraje no es para dialogar, escuchar sino para herir. Vista así, esta valentía discursiva es más cercana al cinismo llevado a su extremo más destructivo, pero sin su propósito de cuestionar hipocresías fundamentales.En la "razón cínica" moderna sabemos que ciertos discursos son crueles o simplistas, pero los usamos de todos modos, siempre justificados por una supuesta superioridad moral o el pragmatismo. La grosería disfrazada opera así: sabemos que es grosería, pero la excusamos porque sirve a "nuestra causa" o expresa "nuestra autenticidad sin tapujos". Es un cinismo que ha perdido su filo crítico para convertirse en puro instrumento de agresión o autoafirmación a costa del otro.
La Economía del Desprecio al servicio del Capital Simbólico:
Pierre Bourdieu enseñó que el lenguaje es un campo de batalla por el capital simbólico (prestigio, autoridad, reconocimiento). La grosería enmascarada es una estrategia eficaz en esta economía perversa. Al atacar al otro bajo la bandera del empoderamiento o el activismo, el agresor acumula capital simbólico dentro de su grupo de referencia. Se posiciona como el "valiente" que dice lo que otros callan, el "comprometido" que no se anda con miramientos con los "enemigos", el "auténtico" libre de hipocresías. En las redes sociales, este fenómeno se amplifica: el insulto "justiciero" genera likes, seguidores y una sensación de pertenencia tribal o del grupo de pertenencia. La grosería disfrazada cumple esta función: reduce al otro a un estereotipo eliminando su complejidad humana y facilitando el ataque. Por supuesto que está ampliamente avalado por la máscara de nobleza (activismo, sinceridad) que permite hacerlo sin el estigma social completo que conllevaría un insulto gratuito, recibiendo incluso, aplausos de los propios.
Pulsión agresiva que se esconde detrás de la aparente virtud
La grosería "justificada" puede ser una vía para un particular modo de gozar donde lo que está en juego es una satisfacción pulsional en la descarga agresiva, en humillar al otro, en ejercer un poder simbólico sobre él, en romper las reglas de la cortesía. La máscara del empoderamiento o el activismo permite acceder a este goce transgresor *sin culpa consciente*, porque se enmarca en un discurso socialmente valorado o necesario. Es una forma de **goce del Otro**: obtener satisfacción a través de la reacción (dolor, ira, incomodidad) que se provoca en el otro.
Decir siempre lo que piensas, sin importar a quién se incomode o lastime, eso sería empoderarse. Si no eres brutalmente crítico, no eres un activista de verdad. Este mandato requiere repetición. El sujeto queda atrapado en un ciclo de agresión verbal justificada por una ley propia distorsionada que le dice que “debe” ser así para ser "él mismo" o "eficaz" o incluso vehicular las pulsaciones agresivas del resto con el cual se identifica.
El Costo a pagar por la Máscara de la Noble Virtud
Reconocer la grosería enmascarada no es condenar el empoderamiento genuino, el activismo necesario o la sinceridad valiosa. Es distinguir el contenido del tono y la intención. El empoderamiento busca construir no destruir. El activismo eficaz busca persuadir y cambiar estructuras, no solo humillar oponentes. La sinceridad auténtica puede ser firme, pero considera el impacto en el otro y busca un terreno común.
Bajo esta máscara de persona virtuosa grosera empedrada se erosiona el diálogo, cualquier discusión es guerra, se aniquila simbólicamente al otro, y sobre todo, se BANALIZA cualquier causa noble con agresividad gratuita, alienando a potenciales aliados y ni hablar de cómo envenena el vínculo social. SE normalizan el desprecio y la crueidad verbal pero eso sií, se sigue creyendo que nadie se salva solo, la frase que ha reflotado en estas semanas después del excito de la serie el Eternauta. La pregunta sería quiénes pertenecen y quiénes no, y la grosería se ocupa diligentemente, de marcar la cancha no solo a los de pensamiento ideológico opuesto, sino a los propios.
Desenmascarar esta grosería disfrazada exige vigilancia ética: preguntarnos si nuestro "empoderamiento" es realmente construir o solo derribar; si nuestro "activismo" busca justicia o solo venganza simbólica; si nuestra "sinceridad" es autenticidad o un permiso para el goce agresivo. La exigencia va mucho más allá de apelar a la grosería o descalificación porque requiere coraje salir de ese modo reactivo de moverse entre pares.
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