jueves, 21 de marzo de 2013

Habemus Cholulos

 
Se dice de una figura que ha llegado a la cresta de la popularidad, que es capaz de preservar el capital mediático que denominamos imagen y donde el éxito o el fracaso no logran afectarla.  Lo interesante es que lo dicho es válido tanto para los que se han ganado este rol como para los que sencillamente habitan el mismo espacio -mediático-. En el idioma coloquial se llama "cholulismo" a esa fascinación que un otro despierta por ser admirado y conocido por todos, lo cual es  por supuesto, absolutamente independiente de sus eventuales logros. Un video porno de una actriz o modelo por ejemplo, convierte a un amplio sector en espectadores y consumidores de la "noticia" que, en épocas no tan lejanas, hubiera avergonzado no sólo a sus protagonistas, sino a los distribuidores y consumidores de la información. 
 El “cholulismo” no es nuevo, sólo ha cambiado su modalidad de transmisión. Estaba vigente sin lugar a dudas en nuestra sociedad, no en vano Discépolo decía, “no hay aplazados ni escalafón”. Decíase de la cholula aquella que era la loca por los astros en los años 40 y 50. Era quien buscaba autógrafos,  conocía las anécdotas de las estrellas y no se perdía sus películas. Nada de esto nos puede sorprender hoy, claro está. Reflexionando sobre estas cuestiones encontré una nota de Martín Caparrós a quien paso a citar para poder interrogar un poco sobre nuestro hacer nacional.
"Habemus papam era una voz extraña, y en una semana se ha convertido en un justo lema de la argentinidad: tenemos papa –nosotros, los argentinos, tenemos papa. La figura más clásica de la tilinguería nacional, el Argentino Que Triunfó en el Exterior, encontró su encarnación definitiva: si, durante muchos años, Ernesto Guevara de la Serna peleaba codo a codo con Diego Armando Maradona, ahora se les unió uno tan poderoso que ni siquiera necesitó morirse para acceder al podio. Cada vez más compatriotas y compatriotos se convencen de que Dios es argentino. Temo el efecto que este inesperado, inmerecido favor divino puede tener sobre nuestras vidas. No me refiero al hartazgo que a mediano plazo –en dos o tres días– pueda causar la presencia de Bergoglio hasta en la sopa; hablo del peso que su iglesia siempre intenta ejercer, ahora multiplicado en nuestro país por el coeficiente de cholulismo nacional que nos hizo empezar a mirar tenis cuando Vilas ganó algún grand slam, basket cuando Manu Ginobili, monarquías europeas cuando la holando-argentina se transformó en princesa".
Quizás el avance de la frivolidad no sea novedoso a estas alturas, ni tampoco la espectacularidad multiplicada ad infinitum por los medios. Lo que sí se repite con mayor fuerza es la captura de la imagen por el otro. La cuestión fundamental no es ya la del síntoma como formación de compromiso entre el deseo inconsciente y el Otro social, sino la angustia, la angustia del vacío. La captación podría decirse de lo que se da en llamar la sociedad del espectáculo y la idolatría de las imágenes que de todas formas, no logra calmar la angustia o aplacar el vacío. "Somos" -escribe Antonio Machado en el prólogo a Campos de Castilla- "víctimas de un doble espejismo. Si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde en solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe por sí, sino por nosotros. Pero si, convencidos de la íntima realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece. ... Un hombre atento a sí mismo, y procurando auscultarse, ahoga la única voz que podría escuchar: la suya; pero le aturden los ruidos extraños. ¿Seremos, pues, meros espectadores del mundo?".



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