Se dice de una figura que ha llegado a la cresta de la popularidad, que
es capaz de preservar el capital mediático que denominamos imagen y donde
el éxito o el fracaso no logran afectarla. Lo interesante es que lo
dicho es válido tanto para los que se han ganado este rol como para los que
sencillamente habitan el mismo espacio -mediático-. En el idioma coloquial se
llama "cholulismo" a esa fascinación que un otro despierta por ser
admirado y conocido por todos, lo cual es por supuesto, absolutamente
independiente de sus eventuales logros. Un video porno de una actriz o modelo
por ejemplo, convierte a un amplio sector en espectadores y consumidores de la
"noticia" que, en épocas no tan lejanas, hubiera avergonzado no sólo
a sus protagonistas, sino a los distribuidores y consumidores de la
información.
El “cholulismo” no es nuevo, sólo ha cambiado su modalidad de
transmisión. Estaba vigente sin lugar a dudas en nuestra sociedad, no en vano
Discépolo decía, “no hay aplazados ni escalafón”. Decíase de la cholula aquella
que era la loca por los astros en los años 40 y 50. Era quien buscaba
autógrafos, conocía las anécdotas de las estrellas y no se perdía sus
películas. Nada de esto nos puede sorprender hoy, claro está. Reflexionando
sobre estas cuestiones encontré una nota de Martín Caparrós a quien paso a
citar para poder interrogar un poco sobre nuestro hacer nacional.
"Habemus papam era una voz extraña,
y en una semana se ha convertido en un justo lema de la argentinidad: tenemos
papa –nosotros, los argentinos, tenemos papa. La figura más clásica de la
tilinguería nacional, el Argentino Que Triunfó en el Exterior, encontró su
encarnación definitiva: si, durante muchos años, Ernesto Guevara de la Serna
peleaba codo a codo con Diego Armando Maradona, ahora se les unió uno tan
poderoso que ni siquiera necesitó morirse para acceder al podio. Cada vez más
compatriotas y compatriotos se convencen de que Dios es argentino. Temo el
efecto que este inesperado, inmerecido favor divino puede tener sobre nuestras
vidas. No me refiero al hartazgo que a mediano plazo –en dos o tres días– pueda
causar la presencia de Bergoglio hasta en la sopa; hablo del peso que su
iglesia siempre intenta ejercer, ahora multiplicado en nuestro país por el
coeficiente de cholulismo nacional que nos hizo empezar a mirar tenis cuando
Vilas ganó algún grand slam, basket cuando Manu Ginobili, monarquías europeas
cuando la holando-argentina se transformó en princesa".
Quizás el avance de la frivolidad no sea novedoso a
estas alturas, ni tampoco la espectacularidad multiplicada ad infinitum
por los medios. Lo que sí se repite con mayor fuerza es la captura de la imagen
por el otro. La cuestión fundamental no es ya la del síntoma como
formación de compromiso entre el deseo inconsciente y el Otro social, sino la
angustia, la angustia del vacío. La captación
podría decirse de lo que se da en llamar la sociedad del espectáculo y la
idolatría de las imágenes que de todas formas, no logra calmar la angustia o
aplacar el vacío. "Somos" -escribe Antonio Machado en el prólogo
a Campos de Castilla- "víctimas de un doble espejismo. Si
miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde
en solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe por
sí, sino por nosotros. Pero si, convencidos de la íntima realidad, miramos
adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior,
nosotros mismos, lo que se desvanece. ... Un hombre atento a sí mismo, y
procurando auscultarse, ahoga la única voz que podría escuchar: la suya; pero
le aturden los ruidos extraños. ¿Seremos, pues, meros espectadores del
mundo?".
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