No importa
Tengo ocho años hoy. Justo hoy. Pero la abuela de Kelito murió y
me voy a su entierro con todos los chicos del barrio. Al llegar, todos miramos
al muerto. A la muerta. Es mi primer muerto. La abuela está allí quietita, le miro la cara hinchada y no puedo acordarme
de ella viva. Toda ella es muerta siempre, nunca viva. Me quedo hipnotizada. Lo se porque los chicos
salen disparados, son varios, asustados, hacia la calle, recorriendo el
interminable pasillo de la casa de Kelito,pero yo no. Me quedo y escucho llorar
a algunos. Es horrible todo. Triste, muy pobre, y no puedo irme, estoy pegada,
pertenezco allí. Y también tengo un año más, o uno menos, no importa, pero es
ahí, todo ahí, en lo de Kelito, el pibe del barrio. Y no es mi cumple, es otro
cumple, debe ser el de Kelito, que ya no se si tiene abuela o ya se ha muerto,
no importa, pero sí el festejo. Todos
comemos sándwiches de miga y bebemos Fanta, corremos por el pasillo y pinchamos
los globos. Se sortea una chocotorta que gano y estoy tan pero tan feliz. Nunca
gané nada. Nunca. La voy a buscar, aferrándome a mi objeto deseado, pero “no”
me dicen, que no. Y me cantan y me gritan y me miran con un millón de ojos, con
un sinfín de voces, "el que come y no convida tiene un sapo en la barriga”.
Tengo nueve años, o siete, no importa. Nada importa, pero sí mi torta. La
agarro con mis manos, con mis brazos, con todo el cuerpo casi, y me la llevo
corriendo desoyendo los gritos de egoísta a mi casa. Ya está a salvo del mundo
en la heladera, en el estante de abajo, escondida lo más que puedo para que me
dure para siempre, podrida o no, no importa.
¡Muy lindo!
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